Ayné

Pues sí que he empezado bien la semana.


Esta mañana mi despertador se ha puesto en huelga (ojalá pudiéramos hacer todos lo mismo), así que cual huracán por estas fechas, he arrasado con todo lo que se interponía en mi camino para llegar a tiempo a la oficina, tanto que al final he llegado 15 minutos antes de lo habitual.

Aunque parezca mentira, incluso con las prisas que me traía, he tenido tiempo de sobra para pensar en el "cactus" que se ha convertido mi vida y por extensión, yo misma, en los últimos meses.

Me he mirado al espejo, he visto las horribles ojeras que tenía y el pelo seta (cómo no). Así que he decidido hacerle caso a Allie y estrenar mi preciosa falda de tubo nueva que compré el s
ábado (para compensar la cara de muerta).

El pelo a la izquierda. No, estoy horrible.
A la derecha. Tampoco.
Hacia atrás. ¡Buffff!


Finalmente, el flequillo trasquilado, ha quedado bien sujeto con una horquilla para que no se notara su presencia. Resultado, aceptable. Pero es imposible estar guapa por fuera, cuando te sientes tan muerta por dentro y es que los dolores de corazón han vuelto y esta vez para quedarse.

Ayer te preguntaba:


- ¿Por qué soy tan frágil? ¿por qué no saco las uñas cuando debo? Así la gente no se me subiría a la chepa...
- "Porque entonces no serías tú".

Gran respuesta, he de reconocerlo. De estas que te dejan "out".

Pero hoy lo he estado pensando, y me ha venido a la cabeza aquella clase de inteligencia emocional que recibí allá por mayo en la empresa (si no lo recordáis podéis releer el post que escribí aquí).

En aquella sesión hablamos sobre la asertividad (palabra que yo desconocía hasta la fech
a) y que me descubrió un mundo nuevo. En realidad lo único que hicimos fue poner nombre y analizar cientos de situaciones cotidianas que encajaban en un patrón u otro.

La asertividad es un patrón de comunicación que se sitúa a medio camino entre la pasividad y la agresividad. Es el modelo ideal a alcanzar. El más maduro. En el que con educación y saber estar sabemos decir que no. Sabemos negarnos sin ser agresivos o bordes. Razonamos y hacemos entender a nuestro interlocutor el por qué de nuestra respuesta. Sabemos poner al otro en su lugar dándonos a valer. Sin ofender, siendo correctos y amables, pero sin cuestionar la validez de nuestra respuesta, nuestro derecho a decir que no.

Y aquí es donde fallo yo. Este es mi gran problema. No saber decir que no, por miedo a que me rechacen, por miedo a que los demás crean que soy una estúpida. No saber decir las cosas que me molestan, callarme una vez tras otra e intentar dar lo mejor de mí misma por mil veces que me pisen o decepcionen.

Y es que soy pasiva. Estoy en el otro extremo. Antepongo el hacer lo que yo entiendo por "correcto" (lo que lo demás esperan de mí) a mis propias necesidades. Y así me va.

Nuestra profesora decía, que las personas pasivas se caracterizan por ser amigables, "todo el mundo las quiere", decía ("esta pobre no me conoce a mí", pensaba yo), y las personas agresivas por ser bordes y egoístas. Sin embargo, las agresivas eran infinitamente más felices que las pasivas, porque siempre conseguían hacer lo que querían, ajenos a las opiniones de los demás.

Sin embargo, las personas pasivas estaban condenadas a vivir del qué dirán, esclavos de las opiniones ajenas, autocríticos, infelices.

I, tiene razón, si sacara las uñas y fuera agresiva, no sería yo. Supongo que callar y tragar con todo forma parte de "mi encanto" ¿pero qué tal un término medio? ¿Qué tal si aprendo a poner límites a quienes me rodean? ¿Qué tal si empiezo a pensar un poquito en mí?

¿Qué tal si digo hasta aquí?

Asertividad se llama.
Cuánto me queda por aprender...


Por lo demás, mañana tranquila. Intercambio de correos y divagaciones varias con disimulo...

Otro día cualquiera más. Otro día para borrar del calendario.
Y encima los 26 me amenazan a la vuelta de la esquina.


1 Response
  1. Itzhak Says:

    Palabras sabias las de I.


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