Ayné


El espejo rehuye mi mirada, triste, casi suplicante. No entiendo lo que ha ocurrido y él sólo me devuelve un reflejo ojeroso y sin vida. No dice nada, sólo mira desafiante y me enseña los restos de mí otro yo.


Lo toco con la esperanza de atravesarlo y poder sacar de él a la chica que un día fue feliz. La que se pintaba la raya del ojo y creía comerse el mundo, la que se sentía cual bailarina de ballet enfundada en un tutú rosa.


La que ahora llora al verse atrapada en una escala de grises de la que no puede escapar. La que marchita con cada tic-tac del reloj. La que me observa con ojos tristes y me pregunta por qué ya nada es lo que era.


Sostengo su mirada unos instantes, analizo su expresión, su cara. Sigue usando el mismo maquillaje, la misma sombra de ojos y el mismo eyeliner. Todo igual, pero ella ha cambiado.


No queda ni un atisbo de ilusión en su mirada. La soledad pesa sobremanera en sus hombros, y no quiere perderse a sí misma también. Sin embargo, cada día el espejo es más grueso y ella no puede salir. Atrapada desde el mundo sin color, lo mira con rabia y desesperación, las lágrimas vuelven a resbalar por sus mejillas, que ya están quemadas de tanto dolor y le pregunta:


¿Cómo salir a escena y bailar si has perdido tus zapatillas?


Ayné






He estado fisgando otros blogs.


La verdad es que no os voy a engañar, soy adicta a ellos. Estoy enganchada a demasiadas vidas ajenas. Todos los días miro en mi Google Reader con ilusión, a ver si Gacela, Marga, la mujer tirita, Ea! u otras chicas a las que sigo, han publicado algo nuevo en sus respectivos blogs. Ahora, incluso el “Tito Google” me sugiere nuevas alternativas que se adecuan a mis gustos (hay que ver lo listo que es…) y así es como he ido descubriéndolas.


Hay días en los que me río a carcajadas con sus ocurrencias, y otros, en cambio, que me emociono y siento cómo me da un vuelco el corazón. Me he visto reflejada con una claridad que asusta, en el blog de personas cuyos nombres reales y caras desconozco, y que son capaces de describir lo que siento como si fuera yo misma quien estuviera frente a esos teclados.


Me las imagino, les pongo cara y pienso cómo serán. Es reconfortante encontrarte con un extraño y sentir que no es un desconocido para ti.


Terapia de grupo a mi manera.


Por lo general, he descubierto, que todos ellos tienen un primer post explicando el por qué de esa nueva etapa. El por qué de hablar de sus vidas en Internet, de forma pública o anónima, dependiendo del caso.


La gran mayoría comenzaron sus andaduras a raíz de una mala racha personal, con la esperanza de que con el pasar del tiempo, fueran viendo cambiar el color de sus palabras, y que su blog, fuera siendo reflejo día a día de su evolución personal. De un pasado oscuro de cielos grises a una vida plena y feliz donde el sol no se olvida de salir.


Alguien me descubrió una vez este mundo, el de soltar lo que se te pasa por la cabeza sin miedo al reproche, el de los desahogos sin importar quien te lea, el del anonimato.


Nos planteamos iniciar un blog, pero a Alguien le daba miedo. Así que hicimos un trato, si empezaba yo, Alguien también. Y así fue como me parieron a este mundo. Pasé de canalizar mi rabia, temor, alegría y dolor en papeles que guardaba en una caja, a hacerlo con vosotros.


Compartir con extraños que a lo mejor no son tan desconocidos.


No soy de ese tipo de personas que proclama su vida voz en grito a vecinas, conocidos, amigos y familiares. La verdad es que pocos tienen la suerte o la desgracia de sufrir las vueltas y vueltas que le doy a mi cabeza y conocerme de forma completamente transparente. Muchos protestan (véase mi madre) y no asumen que este silencio es parte de mí. De mi intimidad, que es mía, sólo mía y que no me gusta compartir.


Pero una, no puede cargar con todos sus demonios sola. No puede. Así que esta es mi vía de escape, donde vomito palabras no aptas para todos mis públicos. Guste o no guste. Mi vida al desnudo. Mi “terapia de blog”.

Ayné

Hoy una señora con bigote me ha asaltado en la calle. Me ha agarrado de la cintura, me ha mirado fijamente y me ha dicho "¿tienes un cigarro, cariño?".


He pasado un miedoooo.


Ayné

La teoría de ella, la gran teoría de su vida, la que mantiene en vigor, es que la felicidad, la verdadera felicidad, es un estado mucho menos angélico y hasta bastante menos agradable de lo que uno tiende siempre a soñar. Ella dice que la gente acaba por lo general sintiéndose desgraciada, nada más que por haber creído que la felicidad era una permanente sensación indefinible de bienestar, de gozoso éxtasis, de festival perpetuo. No, dice ella, la felicidad es bastante menos (o quizá bastante más, pero de todos modos otra cosa) y es seguro que muchos de esos presuntos desgraciados son en realidad felices, pero no se dan cuenta, no lo admiten, porque ellos creen que están muy lejos del máximo bienestar. Es algo semejante a lo que pasa con los desilusionados de la Gruta Azul. La que ellos imaginaron es una gruta de hadas, no sabían bien cómo era, pero sí que era una gruta de hadas, en cambio llegan allí y se encuentran con que todo el milagro consiste en que uno mete las manos en el agua y se las ve levemente azules y luminosas.

[...]

"Y vos ¿cómo te sentís?", pregunté, "¿como si te vieras las manos levemente azules y luminosas?". La interrupción la trajo a la tierra, al momento especial que era este Hoy. Dijo: "Todavía no las introduje en el agua", pero en seguida se sonrojó.


Ayné


Primeros diluvios. Primer día que me pongo la chaqueta y las medias. Ya han salido los horarios de invierno en el gimnasio. Se acabó la jornada intensiva. Los días son más cortos y oscuros. Gotas en los cristales. Pijama largo y manta de ganchillo. Baños calientes de espuma blanca. Manos frías.

Chocolate con churros. Canciones buenas. Cafés humeantes en irlandeses de madera. Tardes de series.
Hojas secas en las aceras. Gorritos de lana. Planes de invierno. Casas rurales. Chimeneas.

El paraguas secándose en la ducha. Madres despidiendo a sus niños en la parada del bus. Hojear el periódico en el metro. Sentir el calor de mi casa... y el del coche.

Sacar un pie fuera de la cama y notar que un escalofrío me recorre. Tormentas al otro lado de la ventana, el viento contra las persianas. El calor de las mantas.

Humedad en el ambiente y en la piel.
Frío en las mejillas y en el corazón.

Ya está aquí. Las hojas se caen, una a una, poco a poco.
Ha llegado el otoño a mi vida y me ha calado hasta los huesos.


Ayné

Mal día.


Mejor dicho, muy mal día. Casi que hubiera sido mejor quedarme en Oviedo.
  • Los obreros del tejado del edificio, han tirado brea por el patio y han estropeado el 50% de mi ropa de trabajo: faldas, camisas, pantalones... Siniestro total. Noticia que me da mi madre nada más atravesar el umbral de la puerta de mi "hogar, dulce hogar".
  • Mi vida personal, sigue en pleno combate contra mí. Recibo tortas por doquier y sigo sin saber cómo encajarlas.
  • Se me ha olvidado llorar. A pesar de la angustia, las lágrimas ya no quieren salir. Están en huelga. Claro, no me extraña, ellas también tienen derecho a estar tan cansadas como yo. Últimamente, meten demasiadas horas extras.
  • Y encima, me ha salido un grano.
Día completo.

Ayné

Pues sí que he empezado bien la semana.


Esta mañana mi despertador se ha puesto en huelga (ojalá pudiéramos hacer todos lo mismo), así que cual huracán por estas fechas, he arrasado con todo lo que se interponía en mi camino para llegar a tiempo a la oficina, tanto que al final he llegado 15 minutos antes de lo habitual.

Aunque parezca mentira, incluso con las prisas que me traía, he tenido tiempo de sobra para pensar en el "cactus" que se ha convertido mi vida y por extensión, yo misma, en los últimos meses.

Me he mirado al espejo, he visto las horribles ojeras que tenía y el pelo seta (cómo no). Así que he decidido hacerle caso a Allie y estrenar mi preciosa falda de tubo nueva que compré el s
ábado (para compensar la cara de muerta).

El pelo a la izquierda. No, estoy horrible.
A la derecha. Tampoco.
Hacia atrás. ¡Buffff!


Finalmente, el flequillo trasquilado, ha quedado bien sujeto con una horquilla para que no se notara su presencia. Resultado, aceptable. Pero es imposible estar guapa por fuera, cuando te sientes tan muerta por dentro y es que los dolores de corazón han vuelto y esta vez para quedarse.

Ayer te preguntaba:


- ¿Por qué soy tan frágil? ¿por qué no saco las uñas cuando debo? Así la gente no se me subiría a la chepa...
- "Porque entonces no serías tú".

Gran respuesta, he de reconocerlo. De estas que te dejan "out".

Pero hoy lo he estado pensando, y me ha venido a la cabeza aquella clase de inteligencia emocional que recibí allá por mayo en la empresa (si no lo recordáis podéis releer el post que escribí aquí).

En aquella sesión hablamos sobre la asertividad (palabra que yo desconocía hasta la fech
a) y que me descubrió un mundo nuevo. En realidad lo único que hicimos fue poner nombre y analizar cientos de situaciones cotidianas que encajaban en un patrón u otro.

La asertividad es un patrón de comunicación que se sitúa a medio camino entre la pasividad y la agresividad. Es el modelo ideal a alcanzar. El más maduro. En el que con educación y saber estar sabemos decir que no. Sabemos negarnos sin ser agresivos o bordes. Razonamos y hacemos entender a nuestro interlocutor el por qué de nuestra respuesta. Sabemos poner al otro en su lugar dándonos a valer. Sin ofender, siendo correctos y amables, pero sin cuestionar la validez de nuestra respuesta, nuestro derecho a decir que no.

Y aquí es donde fallo yo. Este es mi gran problema. No saber decir que no, por miedo a que me rechacen, por miedo a que los demás crean que soy una estúpida. No saber decir las cosas que me molestan, callarme una vez tras otra e intentar dar lo mejor de mí misma por mil veces que me pisen o decepcionen.

Y es que soy pasiva. Estoy en el otro extremo. Antepongo el hacer lo que yo entiendo por "correcto" (lo que lo demás esperan de mí) a mis propias necesidades. Y así me va.

Nuestra profesora decía, que las personas pasivas se caracterizan por ser amigables, "todo el mundo las quiere", decía ("esta pobre no me conoce a mí", pensaba yo), y las personas agresivas por ser bordes y egoístas. Sin embargo, las agresivas eran infinitamente más felices que las pasivas, porque siempre conseguían hacer lo que querían, ajenos a las opiniones de los demás.

Sin embargo, las personas pasivas estaban condenadas a vivir del qué dirán, esclavos de las opiniones ajenas, autocríticos, infelices.

I, tiene razón, si sacara las uñas y fuera agresiva, no sería yo. Supongo que callar y tragar con todo forma parte de "mi encanto" ¿pero qué tal un término medio? ¿Qué tal si aprendo a poner límites a quienes me rodean? ¿Qué tal si empiezo a pensar un poquito en mí?

¿Qué tal si digo hasta aquí?

Asertividad se llama.
Cuánto me queda por aprender...


Por lo demás, mañana tranquila. Intercambio de correos y divagaciones varias con disimulo...

Otro día cualquiera más. Otro día para borrar del calendario.
Y encima los 26 me amenazan a la vuelta de la esquina.


Ayné


Sansón se fue a la peluquería, y Dalila que no tiene un concepto de las dimensiones bien definido, le hizo un corte de pelo a lo "seta".

Sansón al ver el resultado ordenó retirar todos los espejos de su humilde morada (que eran muchos) y juró que no saldría de ella en meses, o al menos hasta que la forma de escobón de su cabeza desapareciera y pudiera por fin recuperar la fuerza y confianza que tenía en sí mismo...

* ¿Quién me mandaría a mí cortarme el pelo? Bueno, al menos según Allie, el pelo crece 3mm al día, por lo que a lo mejor en...



en...



en...


... 10 meses osaré salir a la calle.


Oh, shit!

Ayné


Es curioso cómo después de una relación relativamente duradera recordamos aquél día en el que nos conocimos. Es divertido traer al presente las palabras que intercambiamos en ese momento, las primeras impresiones que tuvimos el uno del otro, el lugar en el que estábamos…
¿Bonito, verdad? Recordar el segundo número uno que compartiste con esa persona.

Hoy quiero contaros una historia. Una historia especial, que no tiene un segundo número uno, que no tiene un ¿te acuerdas del día en que nos conocimos?
Nuestra historia.

No recuerdo el día en que te conocí, pero intuyo que fue por estas fechas. Cuando tus padres volvían orgullosos del hospital, con una bolita de pelo pincho que iba a ser la alegría del 10º A. Eras tú. Mi nueva vecina. Yo tendría la experimentada edad de, aproximadamente… diez meses. Vivía en el 10º D.

No recuerdo ese día, ni tampoco cuándo nos dimos la mano por primera vez para ir al parque. Sólo sé que desde ese momento no me la has soltado nunca… y de eso hace ya 25 años.

Los cumpleaños a cierta edad ya no son buenos, no traen más que recuerdos tristes y sé que hoy tampoco lo es para ti. No es el peor día de este año, porque los ha habido, malos, muy malos y peores. Pero para mí es especial, para mí hay mucho que celebrar.
A diferencia de otras amistades, la nuestra no tiene un principio definido, pero tampoco tiene final. 25 años apoyándonos, conociéndonos, cambiando, definiendo nuestras personalidades, siempre en la misma dirección. Tan distintas de los demás, pero tan iguales entre nosotras.

Te he visto crecer. Jugar con mi abuelo, invitarme a tu casa, charlar por la ventana de la cocina, robarte las sillas en mi cumpleaños, pasarte las anillas en el parque…

Lloré miles de lágrimas cuando con siete años me dijeron que te mudabas (a la calle de en frente, eso sí). Pensé que ya no sería lo mismo, pero cuánto me equivoqué.



Seguimos comiendo pipas en los portales, aprendiste a fumar (y cuánto te critiqué), venías a verme bailar. Te vi enamorarte, llorar, reír, ser feliz, escucharme siempre, cotillear en el Braveheart, columpiarte en el mismo parque 20 años después…
Y sigues siendo tú. La reina de las sombras oscuras, la chica de las parisinas, la que adora las margaritas amarillas, la que calla más que habla, la morena misteriosa, la que piensa a la velocidad de la luz y se le atascan las palabras en la boca, la romántica empedernida. Enamorada de la música, loca por el dulce. La que no se conforma con ser feliz a medias. La que sueña con una boda íntima en la playa. La que no me suelta de la mano.

No lo hagas nunca.

Feliz cumpleaños, Doctora.

Ayné


Recoges lo que siembras.

Sí, muy bonito y didáctico. Ideal como argumento principal de una peli de Disney. Ahora bien, ¿qué tiene esto de real? Porque a mí me debieron timar con las semillas. Vale que las rosas tienen espinas, aceptamos barco, pero de ahí a que me crezca un cactus... Pues no lo entiendo.

Nunca se me dieron bien las plantas, he de reconocerlo. Siempre fui descuidada y poco atenta con ellas, por lo que ni si quiera llegaban a florecer. Pero ¿y cuando logré tener la mejor de las rosas en mi jardín?, ¿cuando me volqué con ella y di lo mejor de mí misma?

Entonces, marchitó.
¿Demasiado agua?, quizás.
¿Demasiada sed?, tal vez.

El caso es que ya no está. O al menos, ya no como antes.

Está claro que la jardinería no debe ser lo mío. Pero tras casi 26 años intentando aprender, ¿es posible que me siga llevando semejantes decepciones?

Para muestra un botón.

Sus hojas se han caído. Sólo queda el recuerdo de una rosa que sobrevivió a mi torpeza y se mantuvo a mi lado por un tiempo. La que ahora ya no quiere estar en mi jardín, la que ha convertido mi felicidad en un bosque donde crecen cactus salvajes.

Semillas que no planté.

¿O a lo mejor sí?