Ayné


- Jo, te he echado más de menos esta semana...
- Y yo a ti...
- Es que hace un montón que no nos vemos.
- Desde el sábado...
- Ya, por eso.


Risas.


Y es que, qué bien me sientan las tardes a tu lado, los cotilleos, las conversaciones profundas, las preguntas filosóficas, colgar los pies de una butaca mullida mientras nos tomamos un café...


Tú eres la suerte de mi vida.


Ayné







El domingo elegí una de mis cajas de tela que compré en El Corte Inglés para guardar ropa, pero que aún conservaba vacía. Una caja beige con flores marrones. 


Empecé a revolver los cajones, abrir el armario, y rebuscar por las baldas de mi caótico cuarto.
Puse la caja abierta sobre la cama y empecé a lanzar a su interior todos los recuerdos felices que ahora me hacen tanto daño. Todos y cada uno de esos trozos de papel, que no soy capaz de mirar sin soltar lágrima.

Un marco con forma de corazón y tres caras sonrientes, una rosa seca, un calendario del '64, un diario del '97, una dedicatoria infantil en su primera página, una carta que recordaba mis grandes errores, un teléfono de taxi, un contrato que dice que me llevarás a Londres a ver un concierto de Robbie Williams, cartas de tiempos más felices, un gorro de Navidad, dibujos de cuando era niña, una caja de música...


Llené la caja, la cerré, la puse en su sitio y me sequé las lágrimas.


Y es curioso como de todos esos recuerdos que revolvieron lo más profundo de mi ser, lo único que no consigo quitar de mi cabeza, es ese maldito papel brillante arrugado, con franjas amarillas y un círculo a lápiz que marca las 17:50.


Un horario de tren, del tren que primero trajo y después se llevó mi felicidad. El tren que aguarda en silencio entre todos mis recuerdos. Como la esperanza que Pandora* no dejó salir de la caja.




* Para los que no conozcáis la historia de la Caja de Pandora, os invito a que leáis este breve artículo de Carmen Márquez  aquí. Merece la pena.
Ayné


Sonrisas y lágrimas. Así fue mi día.


Tenía esta foto guardada, y me daba miedo no poder usarla "el días después". Y me equivoqué porque ayer... ayer, fue un día perfecto. Lleno de lágrimas al más puro estilo Ayné. Algunas fueron de pena, pero gracias a vosotros les ganaron el pulso las de la alegría, el cariño, la emoción...


Sólo quería deciros:


Gracias a los que habéis estado siempre. Gracias a los que os fuisteis y habéis vuelto para quedaros. Gracias a los que estáis lejos pero que incondicionalmente cada 21 de noviembre volvéis a mi vida para desearme lo mejor. Gracias por los besos. Gracias por los abrazos. Gracias por llorar conmigo. Gracias por los regalos. Gracias por los mensajes. Gracias por las flores. Gracias por las notas en el buzón. Gracias por vuestra compañía. Gracias por las sorpresas. Gracias por los globos. Gracias por las notas. Gracias por las tarjetas. Gracias por el desayuno. Gracias por la cena. Gracias por el no-San Francisco. Gracias por el Muffin. Gracias por decirme que soy quien aporta luz en tu vida. Gracias por quererme como el primer día. 


Gracias por haber hecho que por un día, mi vida volviera a ser de color de rosa. Mi color. 
Nunca podré agradecer todo el calor que me habéis dado.


You Know I love you
xo xo



Ayné


Ayer  pensé en ti. Hoy pienso en ti. Mañana, seguiré pensando en ti. 
Cada vez que miro al cielo y veo una estrella, sé que estás ahí. Mirándome.
Eres el recuerdo más nítido de mi infancia, de mi adolescencia y de mis primeros días como mujer madura. Después, sólo una estrella, la luz en la noche oscura. Mi luz.


Te recuerdo con tu chaquetón de felpa verde y tu txapela. Tenía un escudo del Athletic grabado en el forro interior que siempre enseñabas orgulloso. Aficionado hasta la muerte del equipo de tu corazón. Aún te recuerdo dormido, con el escudo  en la solapa de tu chaqueta.  Estabas tan guapo…


Recuerdo lo mucho que te gustaba la cebolla, como a mí ahora. Siempre picabas de la ensalada que mi amama preparaba para mi aita antes de que bajaras a comer a tu casa. Sólo un par de pinchadas, porque si quitabas el hambre la abuela te reñiría.


Recuerdo tus frases: “hija, no hagas reñir a la amama” y  “voy a tener que llamar a la grúa para que me levanten de aquí”.
Añoro tus historias de la guerra, y de los 14 años que pasaste en la mili. Tus historias del internado y los 13 hermanos que tuviste.
Recuerdo lo mucho que te gustaba leer libros que a mí me parecían gordísimos y que después intercambiabas con mi ama.
Recuerdo los folios que nos traías de la imprenta en la que trabajabas. Yo pensaba que sólo podías conseguirlos tú. Racioné bien el último paquete por si no volvía a tener folios blancos nunca más.


Recuerdo como jugábamos al dominó los mediodías de los miércoles y los viernes. Primero en el suelo.  Tumbados. Cuando tuvimos que empezar a llamar a la grúa de verdad,  lo hacíamos en la mesa del comedor. Para aquél entonces mi hermana también jugaba, y siempre nos ganaba. Hacías que te picabas  y repetías: “esta niña sabe latín”.
Recuerdo que nunca aprendiste a pronunciar su nombre, y que te quejabas de que era muy complicado.
Recuerdo que me regalaste un dominó de frutas. Era de madera. Recuerdo el sonido de las fichas sobre la mesa.


Recuerdo que escondías caramelos de menta en el primer cajón de mi escritorio y me lo chivabas al oído cuando te marchabas a tu casa.
Recuerdo que corrías tras de mí para que no pasara los semáforos en rojo.
Recuerdo que me querías más que nadie en este mundo.


Recuerdo que olvidaste, que  sólo recordabas tu vida pasada, tu juventud, la guerra, tus hermanos…
Recuerdo la silla de ruedas al final de la cocina. Recuerdo tus ojos llorosos, tu mirada perdida. 
Recuerdo tu sonrisa cuando volvías a conocerme. 
Recuerdo que sabía que te quería más que a nada en este mundo.


Recuerdo cuando te acaricié la cabeza y me sentí incómoda porque ya no eras tú quien me la acariciaba a mí. Recuerdo pasear tu silla por el Puerto Deportivo una tarde preciosa. Recuerdo que llevaba un discman y que escuchaba Think Twice de Celine Dion.
Recuerdo dos años de dolor.
Recuerdo el txistu y el Agur Jaunak*.


Hoy hace ocho años que me diste el mejor regalo de cumpleaños que tendré en mi vida. Sólo que yo no lo sabía. El destino, de quien tanto me quejo, me dio la oportunidad de despedirme de ti sin que yo lo supiera.
Una hora libre entre clases en la uni. Una escapada fugaz para visitarte el día de mi cumpleaños. 
Recuerdo la expresión de tu cara al verme por sorpresa entrar en tu cocina. 
Recuerdo que dijiste mi nombre por última vez y que me diste un beso. El último.
Mañana hará ocho años que me dejaste, y yo, sin saberlo, el día de mi 18 cumpleaños recibí el mejor regalo del mundo. Un beso de despedida.


Hasta siempre, abuelo.




* Agur Jaunak es una canción típica vasca. Significa "Os saludamos señores" y se canta o se toca con el txistu (instrumento típico vasco), para rendir homenaje solemne, tanto en una recepción como en una despedida. Suele cantarse/tocarse en funerales, para despedir al difunto y darle la bienvenida a su "nueva vida".

Ayné


Volvió a pasar


Fui a verla. Me dijo que si yo quería estaría a mi lado y que intentaría ayudarme a encontrar el camino. "Es un caso bonito" - me dijo.


Es cuestión de afrontar duelos, aprender a captar mensajes, picos de una vida lineal que se ha convertido en una montaña rusa.


Tengo que soplar muy fuerte. 


Ahora soy el lobo feroz, y tengo que derribar la casita de los tres cerditos. No la de paja, ni la de arcilla... la de cemento. 


Comienza el entrenamiento.
Ocho globos de colores me esperan sobre el escritorio. Elijo el rosa, porque hace juego con mi jersey y empiezo a inflarlo. Cosas del destino, será que hoy celebro mi no-cumpleaños afrontando la misión más importante de mi vida...


...encontrarme.


No sé dónde buscar, ni si quiera sé si soplar fuerte funciona. Sólo sé que no quiero comerme a los cerditos, ni tampoco asustarlos. Sólo quiero descubrir que soy fuerte y que con un soplido soy capaz de derrumbar lo que me proponga.



Ayné


Estas dos semanas he batido el récord en número de veces que se comprueba las notificaciones del móvil por minuto. Luz amarilla o rosa, un correo o un SMS, la verdad es que me da igual. Sólo quiero ver esa pequeña señal luminosa en mi móvil. La luz  que me confirme que esta vez no me he equivocado, que no ha sido otro esfuerzo en balde, que ha servido para algo. 


Cinco minutos de su tiempo no es tanto para dedicarlos a una persona importante en su vida... ¿Pero lo soy?  No, ya no. ¿Pero lo era? Puede que tampoco.


A estas alturas me da igual qué excusa oír, puede que hasta esté dispuesta a creer imposibles. Que más da lo que se diga dos semanas o dos meses después. Ha vuelto a ganarme la batalla. ¿Pero quién ha sido esta vez? ¿la indiferencia? ¿la dejadez? ¿la vergüenza?


Sólo quiero una respuesta que esta vez haya una respuesta. Olvidar la agonía, los sobresaltos cada vez que la luz se enciende. La decepción al descubrir que esta vez tampoco es el destello que esperaba. 


Sigo tropezando con la misma maldita piedra, una y otra vez. Haciendo lo políticamente correcto, lo que se supone que se espera de mí. ¿Pero quién lo espera? La señora de la bata blanca dice que los demás esperan mucho menos de nosotros de lo que en realidad pensamos. Es lo único que me dijo, pero tiene razón. 


¿Esperaba algo de mí? Desde luego que no. Tampoco se lo merece. 
Era yo quien lo esperaba. Soy yo quien sigue esperando, porque como bien dice este blog, por definición soy ingenua.



Ayné


Llueve a mares e intento que mi coche consiga nadar hasta el calor de mi casa por una autopista sin farolas, serpenteante y encharcada a más no poder.



Miro por el retrovisor interior. El cristal de atrás está limpio. Todo se ve nítido. No se escapa ni un sólo detalle. Las luces de los coches que dejo atrás iluminan mi cara a través del espejo y hacen sombras en el interior de mi coche. 



No hay sombras sin luz.



De repente un coche tuerto me mira con su único ojo. Me asusta, pero en seguida me repongo y pienso que no es más que un simple fantasma del pasado. 


Me hace recordar que el cristal de atrás no es más que eso, carretera que ya he recorrido, asfalto dejado atrás, kilómetros quemados, faros que me iluminan pero que ya no caminan a mi velocidad.


Miro hacía el frente. Enormes nubes de agua chocan contra mi cristal. No distingo el camino. Las líneas del suelo están mojadas y no se ven. Los limpiaparabrisas no dan a basto. Las ruedas de los coches que me adelantan, me salpican. Indiferentes, me dejan atrás. Van más rápido. Confiados, porque conocen el camino. 


Yo decido levantar el pie del acelerador. Siempre me gustó ir sobre seguro. Decido seguir las luces rojas de un pequeño coche que se hace camino entre la oscuridad, poco a poco, sin prisa pero sin pausa. Nos quedamos sólo los dos, pero momentos después toma una salida y yo debo continuar sola. 


Busco desesperadamente otras luces rojas que seguir, pero la lluvia no me deja ver. A lo lejos algo brilla. Me esfuerzo por ver, entrecierro los ojos y ahí están las luces. 


Llego a una recta iluminada, acelero y alcanzo las luces rojas. Me siento segura. Por fin veo. Pero en una ráfaga de viento un coche invade mi carril. Me siento amenazada, y aunque lo odie sobremanera, tengo que tocar el claxon para que no altere mi espacio vital.


Ha funcionado. Ha vuelto a su carril.


Curioso. Cuando tocamos el claxon en señal de peligro para que los demás coches se alejen y eviten el impacto, siempre se hacen a un lado. ¿Pero cuál es la señal que debemos hacer para que los demás coches no se alejen, para que no tomen el desvío?, ¿para que se mantengan sus luces rojas por delante, guiándonos, para que no nos dejen solos en la oscuridad?


No hay señal posible. Cada coche tiene su destino, tiene su propio camino y a veces, el nuestro, tiene que recorrer el suyo solo.





Ayné


Cuando dentro de unos días me toque soplar las velas, ya sé qué deseo voy a pedir.


SER INDIFERENTE.


Siempre indiferente. No volver a sufrir por nada, ni por nadie. Está claro que es el modelo a seguir. A los que lo son, les va bien ¿no?. Se les ve tan felices... A ellos no les faltan los amigos, "amigos", conocidos, colegas, coleguillas, pegados, recién presentados, o lo que sean. No les falta una mano en el hombro que les diga "todo va a ir bien".


A mí ya me lo decían desde bien pequeña. En las notas de evaluación de la escuela todo iba bien, salvo por la nota que se repetía todos los trimestres, una y otra vez: "Se mueve en un círculo muy reducido de amistades". 


Manda huevos que desde tan pequeña se me viera el plumero.


Y sí, mis tutores tenían razón, siempre he tenido pocos amigos. Pero yo creía que eran más que suficientes, porque ellos me acompañarían hasta el fin del viaje. Ahora después de ver como tantos se han bajado de mi vagón y se han cambiado de tren, no me queda más remedio que tener amigos de alquiler. 


Amigos que me cobran 70€ por consulta, por sonreírme, por simular preocupación ante las tonterías que están cansados de oír repetir a mí y a todos los anteriores. 


Y mientras ellos piensan que sólo queda media hora para marcharse a su casa, y dejar al fin, en esa consulta todas las miserias escritas en un maldito cuaderno, yo intento guardar la compostura y no derramar ni una sola lágrima por quien ya no se la merece. 


Me arreglo la ropa, me plancho el pelo, y me maquillo para hacer un buen papel en la consulta. Y es que soy la viuda negra. Mujer convertida en actriz. Siempre acicalada, enfundada en mis mejores galas, con una sonrisa en la cara, y fingiendo que todo está bien, mientras que las pérdidas sufridas tiran mi mundo abajo, mientras duermo en una habitación que ya no puede protegerme, en un colchón quemado de lágrimas.







Ayné




Morfeo: He oído que estás escribiendo un libro...

Yo: Sí algo de eso dije. Las noticias vuelan ¿eh?
Morfeo: Ya sabes... "radio-patio"
Yo: Los dioses sois unos marujas.
Morfeo: Sabes que nos encanta.


Le miro. Él, sí que me encanta. Sigue hablando durante un buen rato, pero no le escucho.
Me llegan palabras sueltas que intento hilar en mi cabeza: "Claro que sí, además es como intelectual ¿no?  [...] bla bla bla bla bla  [...] Cuando te pregunten por tus intereses siempre puedes decir que te gusta escribir [...] bla bla bla bla"...


De repente un codazo en las costillas y vuelvo a la tierra.


Morfeo: ¿Y bueno, qué, ya lo has empezado?


Me mira ilusionado. Es como si tuviera chispas en los ojos.


Yo: Sí, estoy en ello.
Morfeo: ¿Cuántas páginas llevas?
Yo: Pues no lo recuerdo muy bien.    
Morfeo: ¿Pero más o menos?
Yo:  Jode, eres único cortando el rollo ¿eh?
Morfeo: Venga anda, no seas, boba...
Yo: Pues en "Arial 10"... 
Morfeo: ¿Una página?


Sonríe con picardía. Le encanta hacerme chinchar.


Yo: Eeeehmm, bueno... eh... una línea.


Morfeo echa una carcajada. Yo me doy la vuelta. Me hago la enfadada, me acurruco en mi rincón, me subo la manta hasta las orejas, y pienso en lo mucho que me gusta hacerle reír.


Ayné



Todo empezó en mi coche, con una lima de uñas roja que encontré en el asiento del copiloto. Lima que delataba la presencia de mi madre... Siempre he pensado que es curioso cómo asociamos ciertos objetos cotidianos con las personas que conocemos.


Hoy quería hablaros del efecto que en mí tienen los caramelos de menta y el regaliz de Zara. 


Hacen que al verlos les ponga nombre y apellidos. A veces, con mucho esfuerzo, incluso puedo volver a recordar sus caras... 


...sus voces.



Se lo dije el domingo. No les recé. No sé si se debe. Sólo fui a decirles que había pensado en ellos. En los caramelos, y en los regalices. Que siempre lo hago. Que siempre me hacen sonreír entre lágrimas. 


Les pedí que me cuidarán desde ahí arriba ahora que tanto les necesito. Les dije que les echaba de menos, y que les quiero. 


Mucho.