Ayné







El domingo elegí una de mis cajas de tela que compré en El Corte Inglés para guardar ropa, pero que aún conservaba vacía. Una caja beige con flores marrones. 


Empecé a revolver los cajones, abrir el armario, y rebuscar por las baldas de mi caótico cuarto.
Puse la caja abierta sobre la cama y empecé a lanzar a su interior todos los recuerdos felices que ahora me hacen tanto daño. Todos y cada uno de esos trozos de papel, que no soy capaz de mirar sin soltar lágrima.

Un marco con forma de corazón y tres caras sonrientes, una rosa seca, un calendario del '64, un diario del '97, una dedicatoria infantil en su primera página, una carta que recordaba mis grandes errores, un teléfono de taxi, un contrato que dice que me llevarás a Londres a ver un concierto de Robbie Williams, cartas de tiempos más felices, un gorro de Navidad, dibujos de cuando era niña, una caja de música...


Llené la caja, la cerré, la puse en su sitio y me sequé las lágrimas.


Y es curioso como de todos esos recuerdos que revolvieron lo más profundo de mi ser, lo único que no consigo quitar de mi cabeza, es ese maldito papel brillante arrugado, con franjas amarillas y un círculo a lápiz que marca las 17:50.


Un horario de tren, del tren que primero trajo y después se llevó mi felicidad. El tren que aguarda en silencio entre todos mis recuerdos. Como la esperanza que Pandora* no dejó salir de la caja.




* Para los que no conozcáis la historia de la Caja de Pandora, os invito a que leáis este breve artículo de Carmen Márquez  aquí. Merece la pena.
1 Response
  1. Clem Says:

    Te propongo que compres otra caja para rellenar de aquí en adelante con esas pequeñas cosas que te hacen seguir de pie...


Publicar un comentario