Ayné


Aquí estoy, en la cama, sentada como un indio con la manta sobre los hombros. Sintiéndome al borde de un abismo.

Esta tarde, cuando volvía en el tren he pensado en qué escribir en el blog y resulta que finalmente no se va a parecer en nada a lo que yo había imaginado.
Pensaba titular este post "Bienvenida a casa". Y es que mientras quedaba menos vía por recorrer, mi ventana, cada vez era menos cristal y más espejo, y a través de mi propio reflejo, a lo lejos, podía intuir las inconfundibles formas de mi tierra. Allí estaban los verdes montes, los árboles altos, los caseríos, las iglesias de piedra fría, las nubes en el cielo y una lluvia que golpeaba la ventana. Al fondo, los últimos rayos de un sol cansado que se retiraba a dormir.

Qué alegría volver a sentirme en casa.
Pasar de los 35º de temperatura y 95% de humedad a los 20º de Bilbao, podía haber sido una sensación agradable más en mi ensoñación de vuelta a casa, si no se me hubiera helado a su vez el corazón.

Y sí, aquí estoy con el corazón hecho trizas, revisando antiguas fotos, leyendo dedicatorias, llorando frente a una caja de madera con una rosa dentro. Helada de frío. Muerta de sueño y con un fuerte dolor de ojos, pero sin poder dormir.


Dicen que no hay nada más triste que un recuerdo feliz. Cuánta razón... Hoy me quedo con el viento golpeando mi cara y levantando mi falda en la proa de un barco. Con el manto de estrellas que nos observaba. Con la oscuridad infinita.

Un recuerdo feliz más, entre todos los que tenemos (que son muchos).


Una "espina feliz" más en mi corazón.


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