Ayné

Llego a la estación de mi barrio. Cierro el libro que estoy leyendo y pienso en el último capítulo. Sus consejos me han parecido una tontería, pero hoy estoy juguetona y me apetece probar.

Así que estiro los hombros y empiezo a ensayar mi forma de andar, de respirar y de sonreír. Salgo con paso firme del metro, con pasos largos, caminando despacio, escuchando el sonido de mis tacones contra el suelo. Levanto bien la cabeza, y me contoneo ligeramente al andar.

Me siento femenina y extrañamente bien. Puede que lo que acabe de leer no sea ninguna tontería.

Llego a las escaleras y veo a una señora mayor. Sube tres peldaños y se para a coger aire. Me saca de mi ensoñación. Me preocupo por ella, pero la adelanto. Me arrepiento y la espero arriba, miro hacia atrás varias veces, y al final me decido a hablar con ella.

- Señora, ¿se encuentra bien? ¿necesita que la ayude? 
 Me sonríe, no me ha oído nada.
- ¿Qué dices?
- Que si necesita ayuda, la he visto pararse y me ha preocupado.
- Ay, hija, tranquila, no te voy a entretener, pero mira, hace años me operaron del cerebelo y ahora tengo que descansar de vez en cuando pero estoy como una roca.
 La sonrío.
- Me alegro mucho, señora. Hasta luego.
Me giro para marcharme, pero me para.
- Espera, espera. ¡¡Y los próximos que cumpla 83!!
- ¿En serio? No los aparenta... Se conserva muy bien.
- Y una última cosa, que ya te he dado mucho la tabarra... ¿ves mi pelo?
- Sí. - tenía el pelo castaño.
- Pues no me lo he teñido nunca, y ¿ves? ni una sola cana.
Me río.
- Qué envidia señora. Ya firmaba yo, ya firmaba yo... Bueno hasta luego.
- Agur, cariño.

Me ha encantado descubrir su vitalidad. La forma tan positiva de ver su vida, de compartir esos segundos de su cariño conmigo. 

La edad te hace madurar y valorar las cosas que verdaderamente importan. 

Hoy, la señora del metro me ha enseñado que la fuerza no está en las piernas, está en el corazón.





Y estos...

... son los primeros elementos de mi ajuar.

:D





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